La marxa del centre...regreso al pasado

El pasado fin de semana estuve recorriendo los caminos y senderos cercanos a casa, como muchas otras veces, pero esta vez con motivo de la "marxa del centre excursionista", organizada por el Centre excursionista de Sant Vicenç de Castellet.

Es una pedalada modesta, sin más pretensiones que hacer pasar un buen rato a los asistentes recorriendo el entorno cercano del pueblo, eso si con buen bocadillo a mitad de recorrido a base de "botifarra" y "cansalada".

Existen dos recorridos a pie y otro más en bicicleta. Unos años la hago solo, otros acompañado, unas veces andando y otras corriendo. Este año tocaba de nuevo hacerlo en bicicleta.

Fue una mañana de lo mas entretenida disfrutando de la conversación con Jose, en los avituallamientos, y de la compañía del grupo que nos juntamos después de comernos el bocata.

Después de quedarme hablando un rato en el avituallamiento de Boadas, hice los últimos kilómetros en solitario, y fue entonces cuando mi mente me abadonó y se teletransportó 23 años atrás...

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Eran principios de los 90, mis inicios con el mountain bike. Era un chaval y montaba mi flamante Torrot amarilla de 18 velocidades, con la que el banco obsequió a mis padres por meter 300.000 ptas. en una cuenta a plazo fijo. Pesaría unos 15kg de hierro macizo y por supuesto totalmente rígida, eso de las suspensiones eran para privilegiados...

Llevaría pedaleando más de 1 o 1h30', y aún no había hecho ni una sola bajada desde la salida a las 9h de la mañana en la plaza 11 de septiembre. Me había quedado solo, y iba siguiendo las marcas de pintura blanca y verde. Había entrado en el P.N. de Sant Llorenç por el Coll de Gipó, y era la primera vez que llegaba tan lejos.

Mucho después el camino se vuelve sendero y cada vez tiene más pendiente. El bosque se espesa y no se ve nada a más de diez metros. Estamos a finales de octubre y allí hace frío, estoy cansado y el sendero ya deja de ser ciclable. Solo oigo mi respiración, todo está calmado y la sensación de soledad es muy grande. Tengo que bajarme y empujar, pero no me importa, descubrir que habrá trás la próxima curva me tiene motivado.   

De golpe el bosque se abre y el sendero se pierde para dar paso a una gran formación rocosa por la que se puede transitar, pero dudo si ese es el camino. En el bolsillo del maillot un folleto con el mapa dibujado a mano sirve de "track" a todos los participantes, me lo miro y decido continúar siguiendo los hitos de piedra que indican que hay camino.

Por momentos me cuesta avanzar arrastrando la bici hacia arriba, se me hace muy duro, pero parece que ya se ve el final de la subida. Unos empujones más y llego arriba. 

Allí hay un punto de control donde me esperan para sellar la tarjeta. Ver a gente de nuevo me resulta extraño, como si llevara días metido en el bosque y de golpe se rompiera la magia, aún así es reconfortante estar de nuevo acompañado.

Me relajo y la adrenalina da paso a la euforia. Hecho la vista hacia atrás y la panorámica es espléndida, se divisa el parque desde la altura y el recorrido hecho hasta el momento. Llegar hasta allí ha sido todo un logro para mi y antes de iniciar el descenso me quedo un rato más con la mirada perdida, rememorando la subida.

Entonces no lo sabía pero lo que acababa de vivir era adicitivo y aún hoy no lo he podido dejar...